Los iPhones, es cierto, son fácilmente reconocibles. A largas distancias, desde bien lejos.
Pero más que por su forma característica o su logo, que también, si no porque el que lo lleva le gusta que sepan que tiene un iPhone.
Lo zarandea, lo levanta, lo manipula y lo dirigue para que todos vean unos de los artículos fetiches de este momento: un super mega iPhone de los cojones que no deja de ser un puñetero aparato que más allá de usarlo para hacerse 4 fotos rascando oreja, mandar 8 WhatsApp y ver dos vídeos, no lo usa el 90% para nada más.
Después me dicen a mi todos estos Iphonarios que porqué creo en Dios. Manda cojones.
En fin. Que muchas veces cada uno encuentra lo que busca. Encuentra el final de su propia estupidez.