Aún recuerdo cómo mi Alcatel OT301 se me cayó desde la terraza de un segundo piso contra la acera de cemento. O cuando mi Sony Ericsson T300 se me cayó por gilipollas de la moto a 90Km/h.
Coger las tapas, batería y teléfono, volverlo a poner todo en su sitio, encenderlo y continuar con lo que estaba haciendo. Y ni rugerizados ni leches, simplemente robustos. No quiero imaginar lo que hubiese hecho al suelo si hubiesen sido de Nokia.