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Viejo 14/03/10, 19:00:23
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Pumbyto Pumbyto no está en línea
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LA ESTRELLA

Había una vez un monje ermitaño que vivía en el desierto. Era un hombre muy santo que se había retirado del mundo y dedicaba sus días a la oración y a la penitencia por los pecadores y por los sufrimientos de la Humanidad.

Una vez al año pasaba por un pueblo cercano a donde estaba su cueva un obispo en viaje apostólico. Por tanto, una vez al año el ermitaño emprendía una marcha de 30 Km para acercarse a ese pueblo y recibir la bendición, los sacramentos y la palabra de ese ministro de Dios.

Ese pequeño viaje era penoso por ser desértico todo el trayecto, aunque siempre estaba el alivio de poder beber de la cantimplora que llevaba. Sin embargo, 5 Km antes de llegar al pueblo, había un pequeño oasis en donde todos los viajeros se refrescaban y bebían agua fresca del pozo, cogiendo fuerzas para el trayecto final.

Pero este santo, en una ocasión que pasó por el pozo, decidió ofrecer al Señor el sacrificio de no beber agua y esperarse a llegar al pueblo para beberla. Tan pronto hizo esto, alzó sus ojos al cielo estrellado -ya que era de noche cuando llegaba a esa altura- y se sorprendió muchísimo.

¡Había aparecido una nueva estrella muy brillante! El ermitaño conocía bien el firmamento y atribuyó esa nueva estrella a un reconocimiento de Dios de su sacrificio. No paraba de dar gracias por ese detalle.



Al siguiente año, realizó el mismo viaje y volvió a ofrecer el mismo sacrificio, porque entendió que para que esa estrella nueva siguiera allí un año más, tenía que mantenerla a base de sacrificios. Y efectivamente, durante todo el año siguiente lució cada noche ese lucero tan especial. El santo seguía dando gracias por ese favor tan especial que lo llenaba de satisfacción.

Pero al tercer año el viaje fue algo diferente, ya que había ido a conocerle un joven que quería seguir sus pasos como ermitaño y le había pedido vivir con él una temporada para aprender su alto espíritu ascético. Este joven trataba de imitarle en todo. Por ejemplo, si el ermitaño rezaba tantos rosarios, esos mismos los rezaba el aprendiz, pues consideraba que no podía vivir más relajadamente que su maestro.

Emprendieron el viaje y, al llegar al pozo, el ermitaño ya estaba regocijándose con la felicidad de ofrecer a Dios su acostumbrado sacrificio y de obtener el favor de que su estrella brillara un año más. El joven que le acompañaba, sin embargo, daba muestras de mucho cansancio. El monje pensó que cuando este chico le viera despreciar el agua del pozo en penitencia, tampoco él querría beberla; y como sintió compasión de él y quería que se refrescara, renunció ese año al sacrificio y bebió agua del pozo, bebiendo a continuación su discípulo, como esperaba.

El ermitaño se sintió muy apesadumbrado por haber estado esperando todo el año ese momento y no haber podido ofrecer al Señor esa prueba de amor, así que levantó los ojos con mucha tristeza, esperando que su estrella hubiera desaparecido. Sin embargo, cuál no sería su sorpresa cuando no solamente no había desaparecido sino que ¡había aparecido otra estrella más brillante todavía a su lado!